CARTA DEL DIRECTOR
El
Uruguay de la valija
RICARDO PEIRANO DIRECTOR DE EL OBSERVADOR
Hay dos Uruguay que conviven y que hasta están concatenados.
En ambos, la valija constituye el elemento esencial de distinción, el sello de marca. Hay un Uruguay de la valija conformado
por aquellos que, por una razón u otra y todas igualmente válidas, optan por irse. Quizá no encuentran oportunidades de trabajar,
quizá no encuentran oportunidades de desarrollar sus capacidades, quizá encuentran mejores oportunidades en el exterior. Empacar
la valija e irse no es una decisión sencilla. Implica soltar amarras, arrancar raíces y romper puentes. Implica correr riesgos,
asumir desafíos y, muchas veces, enfrentarse con lo desconocido.
Los flujos migratorios no son ni buenos ni malos per se.
Las corrientes migratorias suelen cambiar de sentido a lo largo de la historia. Los que antes venían ahora van. Pueblos tradicionalmente
exportadores de gente son ahora la meca de muchos emigrantes. España e Italia, sin ir más lejos, que han fecundado este país
en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, son ahora puntos de referencia para muchos uruguayos descendientes
de emigrantes españoles o italianos.
Sí es mala la migración de un país que no es capaz de alimentar
o de otorgar trabajo o de incluir socialmente o de generar expectativas de futuro para sus habitantes, especialmente para
los jóvenes. Uruguay hoy se encuentra en esa situación y por eso casi 30.000 compatriotas se han sumado al país de la valija
en los primeros ocho meses de este año.
Pero hay otro Uruguay de la valija, que le cuesta despegar,
conformado por emprendedores en su mayoría, pero no exclusivamente, por empresarios que hacen también su valija pero que van
ligeros de equipaje porque salen al mundo a vender nuestros productos y servicios o a adquirir conocimientos, con el ánimo
de regresar.
Si este segundo Uruguay de la valija lograra fortalecerse;
si nuestros empresarios, nuestros científicos y nuestros académicos tuvieran las condiciones para desarrollar aquí lo que
muchas veces sólo pueden implantar allá seguramente serían menos los uruguayos que estudiarían en serio las posibilidades
de irse.
Para ello hace falta quizá reafirmar la convicción de que
este país tiene un futuro posible. Un futuro que hay que construir con esfuerzo pero que está a nuestro alcance y que depende
más de lo que podamos hacer nosotros mismos que de condiciones económicas externas.
Ortega y Gasset decía que una nación es un sugestivo proyecto
de vida común. Uruguay lo ha tenido muy especialmente a lo largo del siglo XX pero ese proyecto se agotó: el Estado ya no
puede responder a las demandas de trabajo, salud, crédito, jubilación y vivienda de sus ciudadanos. Es preciso que lo reconozcamos
de una buena vez y que seamos nosotros mismos quienes demos respuesta cabal a estas necesidades, lo cual implica empacar más
asiduamente la segunda valija. De nuestra capacidad de innovar, emprender y reformar depende crucialmente la posibilidad de
que este país pueda volver a generar la esperanza de un futuro mejor.
Fuente: www.observa.com.uy